Habitualmente se habla de crédito y préstamo indistintamente, sin embargo, no son los mismo ya que hacen referencia a tipos de contrato diferentes.
Al contratar un crédito, el cliente puede disponer del dinero facilitado por la entidad financiera acreedora según lo va necesitando y en cualquier momento, hasta el límite del crédito pactado y durante el plazo de tiempo establecido. A cambio, el cliente deberá devolver la cantidad prestada además de unos intereses pactados en un plazo determinado. Si el cliente devuelve totalmente, o en parte, el importe dispuesto antes de su vencimiento, puede volver a disponer de ese importe en futuras ocasiones durante la vida del crédito.
El soporte del crédito normalmente es una cuenta corriente. La forma de disponer del dinero desde la cuenta corriente puede variar y ser pactada con la entidad financiera (cheques, tarjetas, etc.)
Sin embargo, al contratar un préstamo, el cliente recibe de una sola vez, al inicio del contrato, la cantidad de dinero pactada, que debe devolver en los plazos e importes preestablecidos, cuya variación supondría costes adicionales para el cliente.
El crédito en cuenta corriente resulta más flexible que el préstamo ya que el cliente tiene a su disposición una cantidad de dinero durante un tiempo, con la libertad de hacer extracciones o reintegros respetando la cantidad y plazos acordados.